Rendición


Hay abrazos por encima de la ropa, apretados, con los que se guarda silencio para poder oír el latido del otro corazón.
Y hay abrazos desde debajo, con manos que sortean camisas y que, al sonido del latido del corazón, suman cerillas que incendian el cuello, la espalda, las manos y y los muslos hasta donde ya no lo son.
Y luego están los que llegan a tiempo para sujetar rendiciones, que no derrotas. Son los que anulan dudas y miedos y, poco después, se ensanchan solo unos milímetros para que el otro cuerpo desmaye su deseo por entre sus huecos.
Es entonces cuando el abrazo (vencedor y vencido) inicia lentamente esa danza sin ensayos que precede a la guerra perfecta.

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